“Cuando no podemos cambiar las circunstancias, siempre tendremos la libertad para cambiarnos a nosotros mismos”. — Viktor Frankl
Una frase poderosa que nos invita a mirar hacia adentro, a descubrir al ser autotrascendente que somos. Es la conciencia —nuestro lado espiritual— la que nos permite trascender el dolor, la culpa, el miedo, la muerte o el sufrimiento, y conectar con valores más elevados como el amor, la creatividad o una causa significativa que transforme nuestra realidad.
Esto sucede precisamente cuando nos encontramos en medio del abismo de la desesperanza, cuando sentimos que estamos atrapados en un laberinto sin salida o creemos que ya no hay nada que motive nuestra acción hacia una meta o un propósito. En una transición casi imperceptible, la sombra empieza a contrastar con la luz. De pronto, algo se mueve dentro de ti: una voz interior que, aunque tenue, alcanzas a escuchar. Es la vida preguntándote: ¿Qué harás con esto que tengo para ti? ¿Para qué me sucede esto? ¿Cuál es el regalo escondido en esta historia de tonalidades oscuras?
Al despertar la conciencia y permitirte explorar más allá de las circunstancias, se enciende la voluntad —ese mecanismo que, según las neurociencias, es tan poderoso que puede cambiar nuestra respuesta ante los eventos de la vida—. Por ejemplo, cuando ya no existen motivos para seguir luchando frente a una enfermedad, aparecen los contrastes que te hacen agradecer cada momento de vida. Ese mismo movimiento interior produce cambios bioquímicos importantes que modifican el sistema nervioso. Hoy sabemos, gracias a la evidencia científica, que la resiliencia causa transformaciones en la actividad neuronal y genera plasticidad: nuevos caminos de conexión que permiten nuevos aprendizajes (Cirulink, 2018).
Todo esto, explicado desde la teoría y la ciencia, resulta fascinante. Pero hoy quiero hablarte de la mejor maestra de resiliencia que he tenido: mi madre. Desde que yo tenía 10 años, ella ha enfrentado una enfermedad crónico-degenerativa del sistema nervioso, a la que con el tiempo se sumó la diabetes. Estos padecimientos han tenido grandes impactos en su cuerpo y en su vida. Ha atravesado distintos tipos de discapacidad —de los cuales logró recuperarse— y, posteriormente, un accidente cerebral asociado a la diabetes que afectó su capacidad cognitiva y de lenguaje.
Recuerdo que, cada vez que pasaba por una recaída o un episodio agudo de su enfermedad, me miraba con una sonrisa y decía: “Todo es pasajero, volveremos a estar bien”. Esa ha sido la mejor lección de esperanza que he recibido. Después de implicarse de lleno en su rehabilitación y agradecer cada día la oportunidad de estar viva, recuperaba su estabilidad. Aquello sembró en mí una forma flexible y optimista de pensar. Por eso, cuando quiero rendirme, resuenan en mi corazón sus palabras, alentándome a seguir y a buscar nuevas oportunidades para ser feliz.
Es posible que, dentro de tu propia historia, también exista ese maestro o maestra que confió en ti, que vio tus fortalezas y alcanzó a reconocer la luz que habita en ti, incluso detrás de tus máscaras. Mantener la esperanza en tiempos difíciles puede ser complicado si lo intentamos solos, pero cuando ampliamos la mirada y reconocemos nuestra red de apoyo, encontramos las claves para mantenernos de pie. Hoy sé que, así como mi madre fue mi maestra de resiliencia, yo fui su motivo de vida en cada momento de desesperanza.
La tarea que hoy quiero dejarte es que te preguntes:
¿Cómo se vería el mundo sin ti?
¿De qué manera los espacios y las personas sentirían tu ausencia?
¿Cómo llenas la historia de alguien más?
Detente a contemplar esas respuestas con calma y descubrirás que solo tú ocupas ese lugar en el mundo. Y recuerda:
“Puede que solo seamos una gota en el océano, pero el océano sería menos océano sin esa gota”.
— Teresa de Calcuta
Por la Dra. Elsa Edith Ríos Juárez
Directora del Instituto de Análisis Existencial y Logoterapia de Chihuahua
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