El pasado 12 de octubre, durante la asamblea estatal panista, la gobernadora María Eugenia Campos Galván volvió a mostrar su estilo: un discurso plagado de adjetivos, insultos y ataques contra la Cuarta Transformación, a la que calificó como “sinónimo de corrupción, de narco, de simuladores que están fuera de la ley y de personas sin escrúpulos”.
Más allá de la ovación que recibió entre militantes de su partido, lo cierto es que la gobernadora Campos parece olvidar que su papel no es encabezar una guerra de descalificaciones, sino gobernar Chihuahua. La política no se hace a gritos ni con insultos fáciles; se hace con acuerdos, con resultados y con visión de futuro.
El tono belicoso y grosero de Campos no es un detalle menor. Con cada ataque verbal, dinamita las posibilidades de coordinación con el gobierno federal, cerrando puertas que podrían significar más recursos, programas y apoyos para miles de familias chihuahuenses. La pregunta es sencilla: ¿qué gana Chihuahua cuando su gobernadora se dedica a insultar en lugar de gestionar?
Lo preocupante es que Campos parece más una dirigente partidista en campaña que una jefa de Estado. Se comporta como si aún estuviera en busca de votos, cuando alguien debería tirarle un cable a tierra y recordarle que su función es institucional, no proselitista. Chihuahua no requiere una candidata eterna, sino una gobernadora capaz de trabajar con todos los órdenes de gobierno para resolver los problemas de fondo.
Mientras la mandataria dedica tiempo a denostar a la 4T, la realidad golpea a Chihuahua: la inseguridad no cede, la infraestructura se deteriora y los rezagos sociales se acumulan. No es casual que muchos sectores en Chihuahua, particularmente el empresarial, hayan reprobado elcomportamiento de Maru Campos. Consideran, con razón, que esa actitud confrontativa y estéril no ayuda al desarrollo del estado ni a generar confianza para atraer inversión, empleo, paz y bienestar.
Además, resulta profundamente contradictorio exigir respeto para el PAN y su historia mientras se insulta a quienes representan un proyecto votado por millones de mexicanos. Esa doble moral no fortalece la democracia, la debilita. La política no es un ring para medir quién insulta más fuerte, sino un espacio donde deben construirse soluciones.
El estilo Campos podrá ser celebrado en la tribuna partidista, pero en el terreno de los resultados deja mucho que desear. Chihuahua no necesita discursos incendiarios; necesita liderazgo real, capacidad de gestión y voluntad de entendimiento. Los insultos no pavimentan carreteras, no garantizan seguridad ni generan empleos.
La gobernadora María Eugenia Campos Galván olvida que gobernar no es incendiar, sino tender puentes. Y si insiste en actuar como candidata en campaña, será recordada no como una líder firme, sino como una mandataria incapaz de sumar, que prefirió el pleito al progreso.
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