Desde tiempos inmemoriales, las sociedades nos hemos preguntado: ¿qué es la felicidad? Aristóteles, en su época y desde su trinchera, registró las primeras reflexiones al respecto. Planteaba que el placer y la felicidad no eran sinónimos. Explicaba que el cuerpo podía estar rodeado de los más grandes placeres y, sin embargo, sucumbir ante los deseos —a lo que se le conocía como hedonismo—; pero que ese estado despreocupado no podía asemejarse a la plenitud del ser. En esencia, el ser humano requiere sentir satisfacción por lo que es y por lo que hace, dando lugar a un término llamado eudaimonía, que Aristóteles definía en su ética como el florecimiento humano a partir del uso de las virtudes.
Desde esta perspectiva, la psicología positiva se ha preguntado: ¿cómo se produce ese estado de completa felicidad? En un intento por desplegar el potencial humano y dar luz a la prevención y los métodos de intervención en diferentes ámbitos —educativo, laboral, deportivo y de la salud—, el Dr. Martin Seligman (2011), en su libro Flourish, nos muestra junto con su equipo diversos métodos para fomentar nuestra capacidad de optimizar recursos, ser resilientes y florecer.
En este sentido, Seligman y sus colaboradores nos ayudan a desmentir el mito de que el optimismo significa estar positivo todo el tiempo. Más bien, se refieren a la capacidad que tenemos los seres humanos de aprovechar lo que tenemos para construir una vida plena y significativa. Esto nos conduce a una pregunta profunda: ¿se puede ser feliz en medio de la tragedia?
La respuesta, como afirmaba Viktor Frankl (1994), es que siempre podemos elegir qué hacer con nosotros mismos, aun cuando no podamos cambiar las circunstancias. Al aceptar nuestra incapacidad de transformar la realidad, comenzamos a dialogar con el sufrimiento, el dolor, el miedo o la culpa. Esos sentimientos suelen revelarnos propósitos escondidos que nos impulsan a ir más allá y a crear nuevas posibilidades a partir de lo que parece desagradable.
Por ejemplo, en medio de un diagnóstico de enfermedad puede revelarse el valor de la salud, el autocuidado y el cuidado de otros; en la incertidumbre de un despido puede surgir la oportunidad de aprender nuevas habilidades y proyectar una mejor versión de ti; y en el duelo de una separación podemos descubrir la importancia de tratarnos con amor y amabilidad en la soledad.
Todo radica en la capacidad de afrontar la adversidad, mirar de frente nuestra realidad y abrazar aquello que duele para transformarlo en el punto de apoyo que nos impulse hacia la construcción del bienestar. A esto se le conoce como la Voluntad de Sentido (Frankl, 1991). Implica darnos a la tarea de descubrir lo valioso que se esconde detrás de la dificultad, reescribir la historia y narrarla desde la esperanza. Eso constituye, en palabras sencillas, la ciencia de crear nuestra felicidad.
Por ello, hoy te dejo una tarea: imagina por un momento que tu dolor toma la forma de una persona con la que puedes dialogar. En esa conversación, deja que te invite amorosamente a reconocer nuevos aprendizajes o herramientas que puedan llenar el vacío de lo perdido. Escribe una carta en la que enlistes esos aprendizajes y observa cómo, poco a poco, nace un nuevo personaje dentro de ti: la versión renovada que surge de “una historia de adversidad”.
Así somos los seres humanos: personas en movimiento, seres en construcción que emergemos conscientemente de las circunstancias para trascender y tocar a otros con nuestras historias de esperanza. Estoy segura de que hoy tienes en tus manos la mejor versión de ti mismo, esa que está a punto de florecer. Solo basta que te atrevas a regar con amor la semilla de aprendizaje que cayó cuando el árbol se despojó de sus hojas.
Por la Dra. Elsa Edith Ríos Juárez
Directora del Instituto de Análisis Existencial y Logoterapia de Chihuahua
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