Nuestro cerebro ha estado entrenado desde siempre para detectar el peligro. En la época de las cavernas, esa habilidad era la que nos mantenía con vida. Hoy en día, aunque ya no tenemos que huir de depredadores, ese mismo mecanismo sigue ahí, activándose cada vez que sentimos que algo amenaza nuestro bienestar.
Desde lo más profundo del cerebro, una pequeña estructura llamada amígdala manda la señal que enciende el famoso “modo lucha o huida”. Gracias a él reaccionamos rápido, pero también es el responsable de que el estrés del día a día —incluso el que solo está en nuestros pensamientos— termine afectando a todo el cuerpo. Así aparecen molestias como gastritis, dolores de cabeza, problemas para dormir o tensión muscular.
Muchas veces respondemos en “piloto automático” a ese estrés. Y lo curioso es que no siempre viene de algo real: a veces nace solo de lo que imaginamos o de las vueltas que damos en la cabeza. Por eso es tan importante aprender a distinguir entre lo que realmente nos amenaza y lo que solo existe en nuestra mente. Cuando lo hacemos, podemos dar un paso atrás, respirar profundo y salir de ese estado de alerta que, en realidad, no necesitamos.
Una señal clara de que algo no anda bien suele ser nuestra respiración o el latido acelerado del corazón. Si alguna vez has sentido esa presión en el pecho que no te deja respirar con calma, ese es el momento perfecto para hacer una pausa. Imagina que tu mente activa un “protocolo de emergencia”: respira lento, siente el aire entrar y salir, coloca los pies firmes en el suelo y dale a tu cuerpo la orden de relajarse.
Cuando recuperas el control, viene el paso más poderoso: pensar en lo que agradeces. Puede ser algo pequeño —como el café caliente de la mañana o el abrazo de alguien querido— o algo más grande. Al hacerlo, tu cerebro empieza a liberar sustancias que generan calma y bienestar, y poco a poco vas asociando ese estado con el hábito de detenerte y conectar contigo mismo.
La ciencia lo respalda: agradecer no solo mejora el ánimo, también regula la presión arterial, mejora el sueño y fortalece el corazón. Además, las personas que practican la gratitud suelen tener más resiliencia, alcanzan sus metas con mayor facilidad y enfrentan los retos con una mentalidad más flexible y positiva.
Por eso, mi invitación es sencilla: empieza un diario de gratitud. No necesitas nada complicado, solo unos minutos al final del día. Escribe tres cosas por las que te sientas agradecido. Con el paso de los días notarás cómo cambia tu forma de ver el mundo.
Este es un momento ideal para empezar. El otoño nos regala atardeceres hermosos, escenarios perfectos para detenernos un instante, respirar profundo y agradecer. Al hacerlo, no solo estarás cuidando tu cuerpo y tu mente; también abrirás un espacio en tu interior para conectar con lo esencial, con la vida misma, con Dios o con el universo… con todo aquello que cada día te regala razones para sonreír.
Por la Dra. Elsa Edith Ríos Juárez
Directora del Instituto de Análisis Existencial y Logoterapia de Chihuahua
Interesante.