El acelerado ritmo de vida en el que estamos inmersos, la tendencia a pensar de manera individual y los escaparates de “vidas perfectas” que se proyectan en redes sociales dan lugar a lo que Bauman (2004) llamó sociedades líquidas: espacios donde los vínculos emocionales se vuelven distantes y efímeros, y los encuentros humanos se reducen a lo virtual. Coincidimos en estos escenarios digitales desde la necesidad de pertenencia y aprobación. En cierta forma, somos esclavos de los “me gusta” y muchas veces nuestra autoestima se ve afectada por esa necesidad de reconocimiento. Si bien es cierto que la aceptación es importante para el bienestar humano, no constituye el centro de la felicidad.
Frente al creciente número de casos de ansiedad y depresión en los últimos años, la Organización Mundial de la Salud ha puesto en marcha un Plan de Acción en Salud Mental con proyección al 2030. Uno de sus pilares centrales es la urgencia de reorganizar nuestros entornos —hogares, centros de trabajo, escuelas y comunidades— mediante estrategias que promuevan la erradicación de la violencia, la inclusión de las personas con padecimientos de salud mental y la construcción de conexiones afectivas sólidas como factores de protección que fortalezcan la resiliencia comunitaria.
De acuerdo con Stefan Vanistendael (1994), la resiliencia comunitaria se edifica sobre tres cimientos: el acceso a servicios que cubran las necesidades básicas, la aceptación plena de la persona (respeto a la individualidad) y las redes de contacto (familia, amigos, vecinos). Estos elementos sustentan la capacidad del ser humano para dar sentido a lo que le sucede, construir autoestima y desarrollar competencias que le permitan abrirse a nuevas experiencias. Esta tarea nos corresponde a todos: trabajar en la aceptación incondicional de quienes nos rodean para influir positivamente en sus historias de vida y ser la plataforma que impulse el desarrollo de nuestros allegados.
Por su parte, los hallazgos de las neurociencias muestran que las conexiones humanas —los abrazos, las conversaciones profundas, la reflexión compartida y los lazos tejidos en tiempos de calidad— modifican la química cerebral, liberan oxitocina (la llamada “hormona del amor”) y nos protegen de los efectos del estrés y del cortisol en nuestro organismo. La psiquiatra española Marian Rojas Estapé nos invita en uno de sus libros a encontrar nuestra persona vitamina. Y es que las relaciones humanas, sin duda, pueden iluminar nuestro camino y conducirnos con firmeza hacia la felicidad.
En este sentido, también te invito a ser la persona vitamina de alguien de manera intencional: construyendo relaciones de respeto, con límites adecuados y comunicación saludable. Solo así podemos tejer en conjunto historias memorables que, además de nutrir nuestro sistema nervioso, generan experiencias dignas de ser contadas. A través de estos vínculos profundos mostramos a los demás su valor personal y, al mismo tiempo, encontramos soluciones y fortalezas en comunidad.
Recuerda: las personas somos espejos. Procura que los demás puedan ver reflejada su luz en ti, y busca tu propia luz en el reflejo de las relaciones que conforman tu red de apoyo. Hoy te invito a enviar un mensaje a quienes consideras valiosos en tu vida o, mejor aún, a realizar una llamada si no es posible compartir un café. Usa palabras positivas para reconocer y agradecer aquello que más aprecias de su esencia. En esos encuentros se esconde, muchas veces, el verdadero sentido de la vida.
Por la Dra. Elsa Edith Ríos Juárez
Directora del Instituto de Análisis Existencial y Logoterapia de Chihuahua
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