Hay que darle gracias al agua por que Chihuahua existe gracias al Rio Chuvíscar. Allá en el olvidado 1709, Antonio Deza y Ulloa decidió fundar esta ciudad a la orilla del Río Chuvíscar, porque en el desierto los que mandan no eran los metales (Saludos a Parralenses) y mucho menos la opinión de los gobernadores, sino el vital líquido. Durante la colonia, aquel cauce fue la razón de ser de la vida urbana, fue tan así que hasta nos dejó un acueducto hoy olvidado y reducido a vestigio turístico, donde sirve más de postal para quinceañeras y matrimoniados que otra cosa; entre colonias como la campesina y los cuarteles donde alimentaba a los primeros Chihuahuenses.
Pero el Chuvíscar, ese río que con el tiempo fue domado hasta ser domesticado que hoy llamamos “el canal”, ha sufrido más transformaciones que una franquicia de “Rápido y Furioso” a lo largo de la historia. Fue en 1956, bajo el mandato de Teófilo Borunda, cuando empezó la canalización que, curiosamente; hoy lleva su nombre en una calle sobre la horizontal de este, como si el río le hubiera rendido homenaje al político y no al revés (cosas que casi no suceden en nuestra capital).
Quienes pertenecen a la generación silenciosa o a los baby boomers, pa´ que me entiendas ; todos esos que rebasan la cincuentena de años, Todavía cuentan que cruzar el río era casi una aventura de campo traviesa y motivo de días de campo y una que otra borrachera entre los Huizaches que lo rodeaban. Hoy, en cambio, cruzarlo es más bien un reto vial, aderezado de puentes mal diseñados, retornos imposibles y trampas para automovilistas que, eso sí, sirvieron para justificar presupuestos y dejar más de un bolsillo contento, para quienes lo mandaron a construir y quien lo construyo.
Si Robert Zemeckis en su película Here (2024) retrata cómo pasa el tiempo en un mismo lugar, el Chuvíscar merecería su propia versión. Porque ver el “antes y después” de este río es observar la historia misma de Chihuahua: del cauce que sostenía la vida al desagüe semi olvidado que solo sirve para dividir la ciudad en dos mitades: entre ricos y pobres (Hasta antes de existir el Periférico de la Juventud).
Hoy el canal se ha convertido en vialidad: conecta la Sacramento con El Reliz, presume sus famosos puentes paralelos, esas obras que parecen diseñadas para entretener al conductor más que para facilitarle la vida, esa trampa oculta de no saber que esperar al bajar de ellos y poder disfrutar en horas pico un tiempo de retraso en la vida…y que hablar de sus orgullosos puentes peatonales, entre oxidados y olvidados, que cuentan más historia que la mayoría de nuestros monumentos, donde es sabido que al cruzar te espera un “malandrín” y al retroceder para volver ya te espera el otro.
Lo curioso es que las conexiones que sí necesitamos nunca llegaron. ¿Qué habría pasado si en lugar de tanto puente sobre la avenida Teófilo Borunda hubiéramos tenido cruces funcionales en la Mirador, la Progreso, la Independencia o la 27? Como los que ya existen sobre la Avenida Presa Tecomatlán, Ocampo, Colon, de la Junta, Carranza e incluso el Histórico Puente Negro. Seguramente tendríamos menos tráfico y más lógica urbana.
Quizás el Chuvíscar ya no sea río, ni canal, ni avenida, sino la metáfora perfecta de Chihuahua: una ciudad que a veces olvida sus orígenes, disfraza su historia con concreto y presume obras que son el elefante blanco perfecto para nuestros gobernantes, porque siempre se puede escuchar sus nombres dentro del recuerdo de sus obras, o peor con los nombres de concurridas Avenidas que se pagaron con impuestos del ciudadano. El corazón de la ciudad late ahí, aunque lo tratemos como drenaje o como referencia de medida para saber si llovió o no llovió mucho. Porque, aunque nos duela, sin ese “canal” no habría Chihuahua.
Julio C. Rodriguez Ornelas
Nacido bajo el signo de Tauro, Mercadólogo de profesión con más 15 años en el área de publicidad, comunicación y producción audiovisual. Asegura que las pizzas están sobrevaloradas y piensa que la gente ausente causa una mejor impresión.
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