Se viene otro año más de Buen Fin, esa época donde el dinero sigue sin alcanzar por más que parece que sí… como siempre pasa cuando vas a la agencia decidido a comprar el auto de la línea más económica y acabas saliendo con esa camioneta que no sabes ni como le vas a llenar el tanque.
Esa temporada del “me lo merezco”, donde la prosperidad se mide por lo que se gasta y no por lo que se ahorra, donde el impulso vence a la necesidad y el pago chiquito se convierte en el gran grillete invisible que te acompaña todo el año.
El Buen Fin nos hace sentir economistas por unos días, analistas del mercado y estrategas financieros del hogar. Nos volvemos cazadores de “ofertas imperdibles” y descubrimos de pronto que eso que no necesitábamos ahora es una “oportunidad que no podemos dejar pasar”.
La idea no era mala. Allá en el lejano 2011, el entonces Gobierno Federal, con Enrique Peña Nieto a la cabeza, lanzó el Buen Fin inspirado en el Black Friday estadounidense. El propósito sonaba legítimo: reactivar la economía interna, impulsar el comercio formal y darle una bocanada de aire a los negocios antes del cierre del año. Era, en teoría, el home run de las familias aspiracioncitas mexicanas.
Imagínese la postal perfecta: la familia recorriendo tiendas días antes, midiendo precios, soñando con una nueva pantalla, un sofá para la sala o ese carrito nuevo estacionado en la cochera. El estéreo nuevo para las fiestas o la laptop para que Lupita no tuviera que turnarse la computadora con la hermana mayor. Todo sonaba a progreso.
Pero, como suele suceder, la realidad se encargó de mostrarnos que el sistema solo funciona cuando todas las partes hacen su papel. Y aquí nadie lo hizo. Los precios subieron días antes para volver a su estado natural y parecer una oferta. Los productos de temporada pasada se disfrazaron de “última oportunidad”. Los meses sin intereses se vendieron como regalo del cielo, cuando en realidad solo cambiamos de dueño la deuda: del comercio al banco. Y mientras tanto, y pa´ acabarla muchas empresas no habían ni depositado los aguinaldos. Por que como siempre lo digo, no hay socialismo, capitalismo, comunismo, es más; ni “obradorismo” malo…siempre y cuando sea perfecto en la cadena para todas las partes, pero como siempre hay un frijol en el arroz.
A 14 años de su creación, el Buen Fin ya no parece una estrategia económica, sino una campaña emocional. Una más de esas fechas donde se nos vende la idea de felicidad envuelta en papel de crédito y con moño rojo de “promoción limitada”.
Julio C. Rodríguez Ornelas. Nacido bajo el signo de Tauro, Mercadólogo de profesión con más 15 años en el área de publicidad, comunicación y producción audiovisual. Asegura que las pizzas están sobrevaloradas y piensa que la gente ausente causa una mejor impresión.






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