Aquí usted lo pudo leer: ya hablamos de cómo consume el chihuahuense los eventos, donde se comprobó que el público local elige con lupa en qué gastar su boleto… y más aún, su aplauso.
Ahora toca hablar no del espectador, sino de quien ofrece el espectáculo: el empresario, el productor, el soñador que piensa que traer al artista favorito del momento será sinónimo de taquilla llena y rentabilidad inmediata.
Y es que en Chihuahua pareciera haberse vuelto ley: entre más grande el recinto, más grande la ganancia. Como si el tamaño del lugar fuera proporcional al entusiasmo del público. Pero la realidad es otra: el chihuahuense no paga por ver al artista, paga por no quedarse fuera de la conversación… y de la historia en redes sociales.El caso de Expogan es el ejemplo más claro de eso. Lo que pudo ser un negocio se convirtió en un catálogo de situaciones: un lugar poco amigable, el sereno de octubre cortando la inspiración, el olor inconfundible del corralón y, para rematar, el tren pasando religiosamente a las 11:30 de la noche, partiendo el concierto en dos como si fuera parte del show. Ni el mejor artista puede con eso.
Por más que en el escenario se ofreciera calidad —en este caso Christian Nodal—, la pobre entrada inicial dejaba claro que algo se había hecho mal desde la planeación. Expogan ya no es lo que fue hace 20 años: entre la sequía, las dificultades del sector ganadero y los problemas de exportación, hoy es un evento más simbólico que funcional. Pretender revivirlo en esas condiciones es, literalmente, dispararse en el pie.
Las nuevas formas de consumo musical no se basan en la trayectoria del artista, sino en la canción viral del momento. Y el costo de traer esos éxitos efímeros se ha vuelto prohibitivo: la fama ya no se mide en talento, sino en reproducciones, “likes” y cuántos segundos de TikTok duran las ovaciones. Y para colmo, muchos de los que hoy “parten el queso” en la escena suelen tener multas por el contenido de sus canciones. Así que el negocio, además de caro, se vuelve riesgoso.
Mientras tanto, del otro lado, el bolsillo del espectador promedio —ese que gana el salario mínimo y aún quiere llevar a la familia— enfrenta precios de boletos, comida y bebidas dignos de Las Vegas. Lo que antes era la salida del mes, hoy es la inversión del año.
Si Expogan quiere mantenerse viva, deberá reinventarse: menos días, mejores espectáculos, logística decente y una oferta que justifique el gasto. De lo contrario, se convertirá en una anécdota nostálgica más, contada entre fotos amarillentas y boletos guardados en cajones.
Lo que sí ha quedado claro con los conciertos de Shakira, Ricky Martin y los que vienen —como el de Alejandro Sanz, cortesía del Gobierno Municipal— es que cuando el músculo económico viene del erario, el público responde. Pero cuando el dinero sale del empresario… la cosa cambia.
Porque en Chihuahua somos así: si el boleto cuesta, lo pensamos; si es gratis, hacemos fila desde la mañana.
Y al final, el verdadero espectáculo ya no está en el escenario, sino en ver si la próxima vez, ahora sí, se llena el recinto.
Porque en esta ciudad, donde hasta el tren tiene horario fijo, lo único garantizado no es la taquilla… es la esperanza de que el siguiente evento salga mejor.
Julio C. Rodríguez Ornelas
Nacido bajo el signo de Tauro, Mercadólogo de profesión con más 15 años en el área de publicidad, comunicación y producción audiovisual. Asegura que las pizzas están sobrevaloradas y piensa que la gente ausente causa una mejor impresión.
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